Aún no puedo creer lo que escucho. Cuesta un poco entender que una banda como IMMOLATION, con una de las trayectorias más largas dentro del género death metalero, aún siga con las pilas siempre cargadas. Les había perdido la pista. Lógicamente la oreja que tenía acostumbrada en los noventa, ahora se sentía algo desgastada y aburrida de escuchar siempre la misma porquería. Claro, de vez en cuando aparecían algunas bandas que llamaban la atención, pero muy pocas. Siempre era más de lo mismo, nada nuevo bajo el sol. Sentía que el movimiento underground estaba simplemente dándose vueltas en lo mismo. Sin embargo, registros como este -el octavo disco de los Neoyorkinos, y el primero para Nuclear Blast Records- me provocan el mismo efecto que el desgraciado y fatídico 27 de febrero pasado, cuando en casi la mitad de Chile la tierra se sacudió bruscamente. O sea, Majesty And Decay me mueve el piso como si fuera un terremoto.

Y tras escuchar varias veces este trabajo concluyo que la clave estuvo en la perfecta mezcla y producción que finalmente han logrado con su gran amigo Paul Orofino –productor del disco- y Zack Ohren -encargado de mezclarlo-.

Personalmente nunca me gustaron mucho como sonaban los discos de IMMOLATION. Por alguna razón siempre la mezcla sonaba algo extraña, oscura, muy cruda y sin claridad en las voces. Incluso siempre pensé que sus dos primeros demo tapes (1988 y 1989) eran perfectos ejemplares del verdadero death metal que nacía en esos años.

En cambio ahora no creo que Ross Dolan -bajo y voz- esté cantando mejor, ni que Robert Vigna venga saliendo de un curso express de guitarra. Ellos tocan tal como siempre, lo que pasa es que siento que finalmente encontraron al productor adecuado. No es fácil encontrar una fórmula de trabajo, ya sea con músicos o productores. Esto demanda tiempo y muchos ensayos.

Otra cosa importante es que por donde miren este trabajo, aquellos conocedores del grupo sabrán que es indudablemente el sonido de IMMOLATION. Su marca registrada está absolutamente fija y sin sufrir modificaciones. Atmósferas oscuras bajo el comando de siniestros riffs que van tomando forma a medida que avanzan las canciones. La maestría de Steve Shalaty (batería) y del cuarto integrante, Bill Taylor (guitarra), se suman a los elogios que han venido cosechando en los últimos años como sólido cuarteto que son.

A mi parecer, siento que este disco se eleva a la categoría de culto. A pesar de haber salido hace pocos meses, siento que su calidad en la composición y ejecución, merecen todos los elogios de la comunidad death metalera.

Espero que esta banda, que sigue manteniéndose firme, finalmente pueda pisar suelo chileno antes que les llegue la hora de decir adiós.

[ Andrés Padilla ]